La vida se
presenta como un largo pasillo
repleto de numerosas
y distintas puertas.
A veces abrimos una
alocadamente
y la atravesamos
sin saber, sin preocuparnos
que hay del otro
lado,
y así como
entramos, salimos de esa habitación
con ligereza, para
nunca volver.
A veces una
puerta se presenta entornada,
y con sigilo podemos
mirar y tener idea
de lo que
encontraremos.
La certeza nos
lleva a cerrarla suavemente,
sabiendo que esa
habitación no es la que buscamos.
Otras veces
abrimos con cautela una puerta,
y con frescura y
deseo entramos.
Creemos que
encontramos un lugar especial
pero la alegría
nos dura poco y salimos,
seguros que esa
habitación era solo de paso.
Una puerta a
veces nos atrae de manera especial,
la abrimos, todo
adentro brilla y creemos
que hemos
encontrado esa habitación tan buscada.
Sin embargo
rápidamente el brillo
se torna en
opacidad y salimos tristes, desilusionados.
Hay puertas
siempre abiertas…de par en par,
que conducen a
habitaciones ruidosas, llenas de gente,
donde
comunicarnos nos resulta imposible.
Entramos y
salimos de ellas casi sin darnos cuenta y
sin recordar a
los que vivían en ellas.
Otras las abrimos
de un fuerte empujón
y entramos
corriendo y manoteando
a cuanto hay a
nuestro alrededor.
La inmadurez nos
domina, y enojados
salimos dando un
portazo, sin mirar atrás.
Hay puertas sin
atractivo,
que abrimos por simple
curiosidad,
imaginando elementos
interesantes.
Sin embargo
nuestra desenfrenada ansiedad nos vence
y salimos casi
antes de entrar.
En algún momento
aburridos del abrir y cerrar de puertas,
abrimos una donde
nos sentimos cómodos.
Quizás la habitación
no es la que soñábamos
pero cansados de
la búsqueda decidimos quedarnos,
y hacer de ella nuestra
morada.
Pasan los años y esa
comodidad
se transforma en
tedio, aburrimiento, desgano.
Esos colores que
nos eran amables
pasan a ser
opacos, tristes.
la placidez se
desvanece, y nos ahoga el encierro.
Así que con
renovado interés
miramos con atracción el picaporte
de esa misma puerta
que nos dio acceso.
La abrimos con
fuerza, con decisión, casi desesperación
aunque nos resulte
difícil dejar la comodidad de lo conocido.
No es simple enfrentarnos
otra vez a la elección
de nuevas puertas.
Pensábamos que esa
etapa ya era historia,
pero la vida es
movimiento, y nos pide salir, andar,
respirar nuevo
aire, probar otras puertas.
De nuevo ya en el
pasillo de la vida,
sin planearlo otra
puerta aparece,
y nos atrapa como
una fuerte ola.
Esa puerta antes quizás
no estuviera allí,
o simplemente no
la vimos.
Desconocemos el
motivo, pero esa puerta nos atrae,
nos intriga de
sobremanera,
y sin mucho
pensar, seguimos nuestro corazón,
un impulso vital,
y la abrimos,
un nuevo mundo se
abre ante nosotros.
Esta nueva habitación
presenta
elementos,
sentimientos
que sabemos a
ciencia cierta
precisábamos, son vitales,
pero habíamos abandonado
su búsqueda.
Es un cuarto que
si bien parece
fue morada de alguien,
su energía, su
mobiliario, su decoración
parecen nuevos,
como si nunca
nadie hubiera estado allí.
Renovada alegría nos
brinda esta habitación,
es como volver a
vivir,
sentirse joven, todo
brilla,
y lo hace de
manera genuina,
poderosamente
intensa.
Pasan los días y
con sorpresa
vemos que el brillo perdura,
Es más, nuevos elementos
se manifiestan
y nos resultan
profundamente atractivos.
Paz, luz, una sensación
de haber llegado a casa.
Pero hay días en
que los recuerdos nos visitan,
y evocamos la antigua
habitación conocida.
Quizás por simple
costumbre, la nostalgia nos invade
sin recordar la sensación de asfixia
que esa habitación
nos generaba.
Estamos así en
una habitación que no para de brillar,
con efímera nostalgia
por la que nos atormentaba.
Y como uno no
puede bien sentarse en dos sillas,
tampoco puede
morar en dos habitaciones
en el mismo
espacio/tiempo.
Por suerte evocar
los recuerdos
es un buen atajo hacia
el olvido.
Recuperamos
nuestra perspectiva,
y la claridad
ilumina
la brumosa noche
de nuestro corazón.
Allí el desafío
de las puertas se manifiesta,
es que la vida
solo permite un camino.
Este conlleva a
cerrar una de las dos puertas
y aunque con
tristeza, debemos
hacerlo
firmemente, cerrándola bien cerrada.
Es la única manera
de habitar una de ellas,
para poder utilizar
todos sus espacios,
conectarse con
ella, recibir su luz, su olor.
Así podremos descansar
profundamente
y encontrar el
buscado equilibrio.
Así el desafío de
las puertas
se traduce en una
simple pregunta.
Que puerta habremos
de cerrar,
y que habitación
habremos de
morar?
Lo importante es
ocupar
la habitación que sea
pero hacerlo con el
corazón,
y permitir que nuestra
energía vital
se haga una con
esa habitación.
Este es el verdadero
desafío de las puertas.
Bariloche 19 de
Febrero de 2018
(buceando en el
lago Correntoso…e inspirado en los dilemas amorosos de la vida)
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